Las palabras de la vicepresidenta del Gobierno en la rueda de prensa del último consejo de ministros sobre la ley del aborto me hicieron recordar la literalidad del título de una divertida obra de nuestro teatro del humor, aunque este caso no es una broma. Fueron palabras brevísimas que apenas ocuparon 32 segundos, pero suficientes para entender que el Gobierno ha echado el freno a la reforma de la ley zapaterista que permite el aborto libre y que, aunque no ha dado marcha atrás, va a mantenerla al ralentí, que es casi lo mismo.
El argumento empleado por Soraya Sáenz de Santamaría es que el Gobierno trabaja para lograr un consenso sobre la reforma, que reconoció muy difícil de alcanzar. No hay, pues, retirada definitiva ni espera al fallo del Tribunal Constitucional sobre el recurso que presentó el Partido Popular a la ley que prometió reformar –espera que podría tener fundamento, como ya expuse en el anterior artículo ‘Entendiendo a Gallardón‘ – sino búsqueda de consenso que el PP no anunció en su oferta electoral y que, en su caso, el Partido Socialista no pretendió para su ley imprevista porque nunca llegó a pregonarla a su electorado.
Conviene a estas alturas, recordar lo que el PP ofreció en su programa para las elecciones de 2011, que ganó por mayoría absoluta:
“La maternidad debe estar protegida y apoyada. Promoveremos una ley de protección de la maternidad con medidas de apoyo a las mujeres embarazadas, especialmente a las que se encuentran en situaciones de dificultad. Impulsaremos redes de apoyo a la maternidad. Cambiaremos el modelo de la actual regulación sobre el aborto para reforzar la protección del derecho a la vida, así como de las menores” (p. 108 de su programa titulado Lo que España Necesita).
Estaba bien claro que se comprometía a sustituir la ley de Rodríguez Zapatero, una ley de plazos que además permite abortar a las menores de 16 años sin el consentimiento de sus padres, medida que entonces escandalizó con toda razón al PP. Si para ello, el PP pretende lograr un consenso con el PSOE, puede esperar sentado. El actual PSOE no es el de Zapatero pero se le asemeja en muchas cosas, como en la frivolidad y el exceso de calificar el proyecto popular de una pretensión de la Edad Media.
La necesidad de consenso es la última disculpa que se podía prever para justificar el frenazo y la marcha atrás. El PP no necesita consenso para esta ley porque tiene un contrato con sus votantes, ha obtenido el informe favorable de las grandes instituciones del Estado y dispone de la mayoría suficiente para sacarla adelante en el Parlamento. Si no la pone en marcha es porque se acoquina ante las descalificaciones de la oposición de izquierdas y ante la posibilidad de perder votos.
Pero esta eventualidad de la pérdida de votos, que mediáticamente se atribuye al consultor áulico del presidente, Pedro Arriola, una de las pocas personas que le hablan al oído, es algo sorprendente. El Partido Popular perderá votos con el aborto si no hace la ley que prometió a sus electores, porque quienes apoyan la ley zapaterista vigente no votan al PP ni le van a votar ni dejar de votar si renuncia a su proyecto o si cumple su promesa.
Los votantes que creyeron en la reforma que el PP les ofreció han empezado a salir a la calle, impulsados por las asociaciones provida, para reclamar a Mariano Rajoy que cumpla su promesa, y lo han hecho con un mensaje directo al interés electoral del que todavía es su partido: “Rajoy, con aborto no hay voto”. Es gente que se muestra desencantada y dispuesta a dar la espalda al partido en el que creyó. Y no son pocos: una encuesta de La Razón indica que el 68 % de los votantes y simpatizantes de centro derecha está a favor de modificar la vigente ley de plazos.
Quienes han visto “Cuatro corazones con freno y marcha atrás” recordarán que los personajes de Jardiel Poncela ingieren un elixir de la juventud buscando la felicidad y acaban encontrando una vida insoportable. Es lo que tienen los experimentos aventurados. La alerta acerca de la rectificación del PP la confirmó la semana pasada el ministro Ruiz-Gallardón, autor del proyecto, sugiriendo su dimisión. Esperemos a ver cómo evoluciona su caso. Si renuncia a su cartera, confirmará definitivamente el frenazo del proyecto y la puerta abierta a lo que puede ser un negocio dañoso para su partido. Más les vale rectificar su última rectificación.