La corrupción política no es nada nuevo. Por no poner un ejemplo extraño, lejano en el espacio o en la cultura política, podemos fijarnos en Italia. La Italia de los años noventa del siglo pasado. Allí se destapó un sistema de corrupción partidista «institucionalizado». Los partidos recibían un porcentaje de las obras públicas adjudicadas a las empresas.
El sistema estaba tan metido en la estructura del proceso político que un empresario podía hasta consultar unas tablas oficiosas para saber el volumen de extorsión a la que debía someterse una vez adjudicada una concesión, una obra o una compra pública.
En función de los resultados electorales podía calcular las cantidades a ingresar en la tesorería de cada partido: tanto para la Democracia Cristiana, tanto para el Partido Socialista Italiano, Tanto para los Misinos (herederos de Musolini), tanto para el Comunista,… La situación era tal que si no se realizaban los pagos la empresa era expulsada de las licitaciones públicas. Salía del mercado.
Carlo de Benedetti, el Presidente de Olivetti, lo denunció, tal cual, en una carta publicada en la prensa explicando que su empresa no podía vender sus productos en el extranjero, porque no podía ofrecer contratos con su propio Gobierno y por eso decidió iniciar nuevamente los pagos, después de haberlos interrumpido un tiempo. Pero eso fue cuando los jueces llamaron a la puerta de su casa para acusarle de sobornos.
Porque no hay sistema corrupto que dure mil años. Tarde o temprano la sociedad despierta. Los jueces y fiscales, que fueron denominados «Mani Pulite» (Manos Limpias), fueron destapando los casos e imputando y culpando a los principales dirigentes políticos. La consecuencia fue una hecatombe en el universo partidario. Desapareció toda la clase política, el propio Bettino Craxi, el Secretario General del PSI (Partido Socialista Italiano) murió exiliado en Túnez para evitar la justicia. La Democracia Cristiana, el sustento del régimen democrático de la postguerra desapareció. Incluso el fiscal Di Pietro, que inicio los procesos, llegó a presentarse a las elecciones años después con nuevos partidos que sustituyeron a los antiguos.
Todo empezó un 17 de febrero de 1992
El escándalo se desató el 17 de febrero de 1992, cuando el presidente del orfanato milanés Pio Albergo Trivulzio, Mario Chiesa, se disponía a meterse en el bolsillo la novena »tangente» de 14 millones de liras (1.400.000 pesetas) por una concesión a una empresa de limpieza. El problema para él es que los billetes que le entregó un empresario para poder construir estaban marcados y además el constructor, harto de sobornos, lo había denunciado a la justicia y se entrevistó con Chiesa con un micrófono oculto. Cogido con las manos en la masa, Chiesa fue detenido por la Policía.
Utilizado por el entonces primer ministro, Bettino Craxi, como «chivo expiatorio», Chiesa se convirtió en una de las víctimas del sistema de corrupción que dominaba desde hacía varios años la política y la economía italiana. Craxi ganó las elecciones y después de los comicios fue cuando la justicia anunció la detención de Chiesa. En ese momento Craxi dice que el PSI no tiene nada que ver con sus prácticas corruptas. Y el detenido, que se siente abandonado, empieza a cantar en la cárcel.
Empresarios, políticos, todo el sistema estaba corrompido. 1.233 condenas
Caen varios empresarios y otros políticos y el escándalo sale de Milán y se extiende a otras ciudades del país. Varios de esos políticos, que pertenecen tanto al PSI como a la DC, cantan, a su vez, y por lo mismo que Chiesa, porque sienten que su partido les ha dejado tirados. Su confesión llevó ante la justicia a los peces gordos de la escena política y del mundo empresarial. El balance final de la operación »Manos Limpias» se saldó con 1.233 condenas y 429 absoluciones. La consecuencia del escándalo fue que los dirigentes del PSI no obtuvieron los votos del Parlamente para acceder a la presidencia del Gobierno y llegaron Scalfaro y Amato para suplir a Craxi y Di Andreotti en el partido y en el gobierno.
Di Pietro, el adalid anticorrupción
Detrás del caso Chiesa entre 1992 y 1993, estuvo el polémico magistrado Antonio Di Pietro, que investigó las altas esferas de la política romana, llevando al banquillo de los acusados a los líderes del Partido Socialista Italiano (PSI) y de la Democracia Cristiana (DC), Bettino Craxi y Arnaldo Forlani, respectivamente. Pero antes de procesar a Craxi, el escándalo ya se había cobrado una víctima. Sergio Moroni, diputado socialista, se suicidó dejando un documento en el que admitiía su culpa. Durante los dos años siguientes, entre el 92 y el 94 se contabilizaron casi una treintena de suicidos relacionados con el escándalo.
La corrupción salpicó también al actual primer ministro, Silvio Berlusconi, que mantenía una gran amistad con Craxi, y que fue investigado en noviembre de 1994, en el marco de los sobornos pagados por su holding, Fininvest, a la Guardia de Finanza. »Il Cavaliere» fue condenado a siete años de cárcel y absuelto después en apelación. Siguiendo las huellas de aquel dinero, los magistrados descubrieron miles de millones en empresas en el extranjero y transferencias sospechosas. El 6 de diciembre de 1994, Di Pietro abandonó la magistratura.
Los cargos imputados a »Il Cavaliere» se incrementaron al añadir el pago de comisiones, por su parte y la de su abogado, Cesare Previti, a algunos jueces romanos, en la que fue bautizada como operación »Togas Sucias».
En septiembre de 1996, la Fiscalía de La Spezia (Liguria) detuvo al número uno de los Ferrocarrilles del Estado, Lorenzo Necci, y al banquero ítalo-suizo Francesco Pacini Battaglia por corrupción y fraude, mientras que en el punto de mira de la nueva investigación se situó también la propia operación »Manos Limpias», cuando el ex fiscal de Florencia fue acusado de absolver a uno de los imputados a cambio de obtener favores.
Mientras, los largos plazos de la justicia italiana llevaron a la prescripción de algunos delitos, entre ellos el dinero pagado por Craxi a Berlusconi. El mundo político, duramente golpeado por las investigaciones, intentó contrarrestar los efectos como el recurso a la inmunidad parlamentaria o la reforma de las leyes.
Los primeros efectos de »Manos Limpias» se pusieron de manifiesto en las elecciones del 5 de abril de 1992, en las que se registró un cambio en la geografía de los partidos: la Democracia Cristiana perdió cinco puntos, mientras que la Liga Norte, de Umberto Bossi, consiguió 55 escaños en la Cámara de los Diputados. Para la formación de Gobierno fueron necesarios 83 días, pero uno de los momentos más polémicos fue la concesión, el 29 de abril de 1993, de la inmunidad parlamentaria al secretario del PSI, Bettino Craxi.
El 13 de julio de 1994, el Gobierno de Berlusconi aprobó el llamado »decreto salvaladrones», porque excluía de la pena de cárcel los delitos típicos de »Tangentópolis», como corrupción, fraude, abuso de poder y financiación ilegal. Pero al final el propio Berlusconi acabó cayendo por corrupción. Italia seguía sin ser limpia, pero el derrumbe esta vez no fue institucional.
¿Se parece en algo la Tangentópolis a la española actual?
La corrupción italiana era extensa y organizada, la española es espontánea y desordenada
Para empezar, si bien se han destapado muchos casos de corrupción en España la situación no es igual. No hay una corrupción institucionalizada, podría decirse que aquí es esporádica, incluso generalizada, pero no hay un «sistema». Es más bien un proceso muy español; de pícaros que aparecen por doquier. Distribuidos en todas las instituciones y en todos los partidos. Sólo el caso Filesa, ya juzgado, fue algo similar al proceso italiano.
Frente a «organización mafiosa italiana», coordinada y en orden, en España podría decirse que tenemos una «guerrilla de corruptos» desordenados e imaginativos, espontáneos. Crecen como las setas en otoño, al albur de una lluvia de millones caída en un suelo boscoso. El humus de los arribistas de partidos, sindicatos, patronales e instituciones.
Además de leyes hay que añadir comportamientos y criterios éticos
Por esa razón, por la falta de sistema corrupto en España, es muy difícil que acabe. Los Jueces pueden desmontar una y otra vez asuntos de corrupción. Pero la imaginación española es fértil. Lo dice el refrán castellano: hecha le ley, hecha la trampa. Es importante sacar consecuencias : crear leyes es necesario, pero no es suficiente.
En consecuencia la lucha por la honestidad no acaba con la resolución de los actuales asuntos. Aunque eso es muy importante; ni con la promulgación de leyes e regeneración. Acabará cuando a las normas se añadan criterios éticos. Cuando a las leyes se incorporen comportamientos basados en la honestidad de los protagonistas.
Hay que tener cuidado, hay que limpiar el sistema, sustituirlo puede ser peor
Supongo que muchos de esos actuales protagonistas de la política española tienen la base ética para ser optimistas. Además, aunque los jueces de Mani Pulite desmontaron un «sistema corrupto», nadie diría que el panorama que lo sustituyó es más deseable. Berlusconi es el icono del conjunto de partidos que se desarrolló durante los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI ¿Creemos que los italianos han mejorado?
Pues, aprendamos de la historia. Acabar con el sistema no es necesariamente lo mejor. Lo importante es limpiarlo. Porque, como demuestra la historia italiana, todo puede ir a peor. Lo importante es la elección de protagonistas con criterios éticos, no sólo con leyes y jueces, aunque ambos sean imprescindibles.