Más de medio siglo de planes de paz para Oriente Próximo, con sus correspondientes fracasos, han demostrado que el conflicto que enfrenta a árabes e israelíes desde 1948 es el más complicado e irresoluble de la era contemporánea. Pero siempre hay alguien dispuesto a seguir intentándolo, y es un empeño más que loable puesto que ese enfrentamiento ha dejado un reguero constante de sangre y destrucción cada vez más difícil de soportar.
Para cualquier observador de la actualidad internacional ese conflicto siempre tiene algún punto de interés. Pero hay momentos muy especiales, y este es uno de ellos. El último proceso de paz en marcha, activado el verano pasado por Estados Unidos e impulsado con enorme empeño por su secretario de Estado, John Kerry, ha creado unas expectativas que ahora, justo cuando a finales de abril se cumple una de las metas prefijadas, están a punto de desmoronarse.
El primer motivo, que conviene explicar, es la repentina reconciliación anunciada por las dos facciones palestinas después de una ruptura de siete años. La Autoridad Palestina y Hamas se enfrentaron a tiros en 2007 por el control de Gaza y, desde entonces, la franja mediterránea ha estado en manos de los islamistas radicales. Teniendo en cuenta que Hamas es uno de los peores enemigos de Israel, que niega su existencia y promete echar a los judíos al mar, resultaba evidente que esa reconciliación iba a molestar mucho al gobierno de Tel Aviv. Y así ha sido.
El proceso de paz, en peligro
¿Porqué, entonces, poner en peligro un prometedor proceso de paz y arriesgarse a quedar mal con el valedor norteamericano? En mi opinión, porque el dirigente palestino, Mahmud Abás, considera que Israel iba a poner nuevos obstáculos y que uno de ellos podría ser, precisamente, el hecho de que la actual Autoridad Palestina no representa a todos los palestinos.
Si es cierto lo que asegura Abás, que la reconciliación interpalestina se hará según sus criterios, y que estos, recuerda, incluyen desde 1993 el reconocimiento del derecho de Israel a existir, se habrá dado un paso importante hacia el establecimiento de una paz inclusiva y duradera. Esa reconciliación no se consumará hasta finales de año, pero entretanto es necesario evitar que se derrumbe el proceso de paz.
Así parece haberlo entendido Abás al lanzar un comunicado, unas horas antes de que empiece en Israel la conmemoración anual del Holocausto, afirmando que ese ominoso hecho fue “el crimen más atroz cometido contra la humanidad en la era moderna”. Lo más importante es que es la primera vez que un líder palestino hace algo así y que conviene tenerlo en cuenta.
Con ese comunicado, minimizado en su versión árabe al referirse al “crimen más feo”, el líder palestino se arriesga a quedar mal con su propio pueblo, expulsado de sus hogares en 1948 y 1967 y con un plus de sufrimiento histórico que también merece un reconocimiento internacional.
Muchos israelíes apuestan por intentarlo
La bola está ahora en el tejado de Hamas, que debería confirmar su buena fe con señales claras hacia Israel, aceptables para su gobierno y comprensibles para los ciudadanos. Pero también el gobierno hebreo tendría que arriesgar algo.
En lugar de afirmar, como ha hecho Netanyahu siguiendo probablemente el consejo de los ministros más radicales, que al preferir a Hamas la Autoridad Palestina ha optado por romper con Israel, debería escuchar a la parte de su propio pueblo que ve en estos movimientos una oportunidad para la paz.
El debate ha saltado a la prensa israelí y un ejemplo a tener en cuenta es el de Matthew Kalman en el diario Haaretz: “Imaginemos que se forma un nuevo gobierno de unidad palestina y que toma el control de Gaza, que en las elecciones que se celebren antes de que termine el año participan Hamas y la Jihad Islámica. Si ocurre –prosigue- sera una revolución tan significativa como el reconocimiento mutuo firmado por Arafat y Rabin en 1993, el plan de paz Saudí de 2002 y el discurso de Netanyahu de 2009 aceptando la futura existencia de un estado palestino”.
Israel, concluye Kalman, “debería probar a Hamas”. Se decía de Arafat que nunca perdía la oportunidad de perder una oportunidad. No debería ocurrirle lo mismo al gobierno de Netanyahu. Precisamente ahora que los israelíes recuerdan su enorme sufrimiento, la ignominia del Holocausto, tendrían que ser más considerados con el dolor de sus vecinos palestinos.