En contra de lo que esperaba al final de su mandato, Obama se ha visto obligado a iniciar una nueva guerra, de duración imprevisible, contra un enemigo volátil
Tres décadas después de «1984», la situación en Oriente Próximo y Rusia invita a pensar que el escritor británico acertó en su vaticinio. Aunque las guerras que vienen no van a ser como la de Orwell, un mundo dividido en tres superpotencias enfrentadas entre sí, ya pueden apreciarse tres contendientes claros en los conflictos que se atisban.
Por un lado, Occidente, con Estados Unidos y la Unión Europea a la cabeza. Por otro, Rusia, con Putin como zar permanente empeñado en defender su flanco oeste. Finalmente, el islamismo radical, ya sea en forma de Al Qaeda o de Estado Islámico, con un número creciente de adeptos y un ejército de militantes dispuestos a cometer las mayores brutalidades.
Incertidumbre en Ucrania, a pesar de todo
A pesar de la tregua recién iniciada, la guerra que se libra en el sureste de Ucrania dista mucho de estar solucionada y todo indica que Putin no dudará en reactivarla cuando sienta amenazado su espacio vital. Su gran enemigo, la OTAN, se ha revitalizado gracias a esta crisis y ha recuperado un protagonismo perdido tras la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética.
La decisión de la semana pasada de crear un cuerpo de acción rápida dispuesto a actuar en 48 horas en el este de Europa supone para el nuevo zar una amenaza tangible con la que tendrá que bregar. Y puede haber sorpresas a corto plazo.
La nueva situación, por otro lado, impide a Estados Unidos centrarse en su mayor preocupación a medio y largo plazo, el avance de China a todos los niveles, incluido el militar, y su creciente influencia en el mundo.
El Yihadismo, a la cabeza de las preocupaciones
La fobia de Obama a las guerras de Afganistán e Irak le impidió tomarse en serio lo que estaba ocurriendo en Siria. Decidió no involucrarse y la falta de acción fue, posiblemente, uno de los mejores alimentos para el monstruo que ha nacido en la antigua Mesopotamia, el Estado Islámico.
El asesinato de dos periodistas norteamericanos le ha abierto los ojos. La crueldad desplegada ha demostrado al poderoso presidente que tiene enfrente a un enemigo dispuesto a todo. Y la hidra ha crecido tanto que ya no queda más remedio que cortarle todas las cabezas que puedan crecerle. Esa es la base del mensaje a sus conciudadanos, a los que previene de la posibilidad de tener que enviar fuerzas terrestres y que se repita lo que siempre quiso evitar, la muerte de más soldados norteamericanos en los áridos desiertos mesopotámicos.
Obama ha aprendido que mirar hacia otro lado conlleva cierto riesgo. Y esto es algo que también puede pasarle factura a su aliado Israel en su enfrentamiento contra el mundo palestino. La guerra de Gaza se ha cerrado una vez más en falso y son muchos los que vaticinan su repetición a medio plazo. No sería este el único problema. El mayor sería, sin duda, una mayor radicalización de los islamistas palestinos y la conversión de Hamas en una nueva sucursal del yihadismo internacional.
Y así sucesivamente hasta que el vaticinio de George Orwell en su famosa novela, pensado para 1984, continúe siendo una realidad en 2014. Es decir, la guerra de nunca acabar.