El cierre del famoso monumento supone un secuestro de la democracia norteamericana similar al que propiciaron los atentados del 11-S en 2001
Solo la terrible fuerza del huracán Sandy pudo más que los salvajes atentados contra las Torres Gemelas. Los daños provocados por el viento han mantenido cerrada al público la Estatua de la Libertad durante medio año, hasta julio pasado, a pesar de que el monumento no sufrió daños de consideración aunque sí la isla que lo alberga.
En 2001, sin embargo, lo que la clausuró durante varios meses primero, y hasta tres años después, fue el temor a un atentado terrorista en una época en la que el pánico se adueñó de los norteamericanos.
Ahora no es el miedo, sino la obcecación de los políticos, pero el resultado es el mismo: uno de los símbolos de Occidente vuelve a colocar el cartel de cerrado porque no hay dinero para pagar su mantenimiento. Sabiendo que ese emblemático cierre es una de las consecuencias del enfrentamiento entre republicanos y demócratas, unos y otros deberían quizá moderar su actitud.
Democracia significa negociar
Pero busquemos culpables. Afirma un estratega republicano que “la democracia no puede sobrevivir sin la habilidad de las partes para negociar”. Sin embargo, responsabiliza del asunto al ala más extremista de su propio partido, el Tea Party, por haber convertido en una capitulación inaceptable la posibilidad de llegar a un acuerdo con el presidente sobre el llamado Obamacare, la ampliación de la cobertura médica a 44 millones de norteamericanos que no la disfrutan.
Con esa actitud, ellos mismos han hecho imposible un acuerdo y puede que hayan cavado su propia tumba política. Según una encuesta de la CNN, un 46 por ciento de los norteamericanos culpan a los republicanos de lo ocurrido. Supongo que entre ellos estará ese 15 por ciento de la población que no tiene seguro médico y podrá tenerlo a partir de ahora a precios asequibles. Tampoco Obama se va de rositas, puesto que un 36 por ciento de los encuestados le culpan a él de lo ocurrido, pero por suerte para él ya no podrá presentarse a un tercer mandato.
La intransigencia del Tea Party
Antecedentes a este “Shutdown” pueden encontrarse no muy atrás y por motivos similares. Fue en 1995. Los protagonistas eran Newt Gingrich, el líder republicano en el Congreso, y el presidente Bill Clinton. El presupuesto incluía fondos para seguros médicos, educación y medio ambiente que los primeros consideraban inaceptables. El pulso duró 28 días distribuidos en dos etapas. Las consecuencias, entonces, fueron nefastas para los republicanos, cuyo candidato perdió estrepitosamente las siguientes elecciones ante un fortalecido Clinton.
Pero entonces no existía el Tea Party, un grupo de extremistas que han jurado odio eterno a Obama retando incluso a la cúpula del partido Republicano en algunas ocasiones.
Puestos a valorar intransigencias, considero comprensible que el presidente no haya dado marcha atrás en la legislación sobre asuntos domésticos que más trabajo le ha costado sacar adelante. A pesar de los recortes impuestos por la oposición es, con mucho, la estrella de su mandato. Dar marcha atrás en este momento, después de lo ocurrido con Siria, habría sido nefasto para su imagen de estadista. Una imagen que, por cierto, puede sufrir todavía más en función de lo que ocurra de aquí al 17 de octubre, fecha en la que debe acordarse el techo de gasto.
Las espadas continúan en alto y el mundo aguanta la respiración porque de esta lucha de titanes puede depender incluso la recuperación económica del mundo.