Lo peor no es decir en público que la cara de Chávez ha aparecido en las excavaciones de un túnel de una línea de metro en construcción. El problema es que se lo crea, aunque es muy dudable. Declaraciones de este tipo, como aquella del pajarito que le silbaba, y al que adjudicó el espíritu del líder fallecido, van dirigidas a una población que quiso ver en el militar golpista a un mesías después de muchos años de gobiernos corruptos. Una población que le votó en abril de este año sencillamente porque se lo mandó Chávez en su lecho de muerte.
Una mayoría de venezolanos confió ciegamente en el histriónico mandatario porque pudo darles lo que necesitaban. Pero Nicolás Maduro no tiene esa suerte. No es más que un continuador de aquella obra forzado por las circunstancias, que gobierna gracias al crédito de Chávez y que, para su desgracia política, no va a poder dar más porque, sencillamente, no hay.
Los alimentos se han encarecido un 70 por ciento
La Venezuela que heredó Maduro ya arrastraba graves problemas económicos, pero su gestión ha empeorado la situación. El presidente actual no acepta los consejos del FMI y el Banco Mundial porque abandonó el club en tiempos de Chávez. Tenía su lógica por la deriva socialista del mandatario, pero lo que no puede hacer es ningunear sus informes.
En ellos se dice que la inflación del país se acerca al 50 por ciento y que es la mayor del mundo, solo superada por Bielorusia y Sudán del Sur; que en las estanterías de los comercios faltan alimentos básicos como la harina, el café o el papel higiénico y que es prácticamente imposible encontrar otros como leche en polvo, azúcar y aceite para cocinar.
La escasez alcanza a los hospitales públicos, seña de identidad para un régimen que se dice socialista. Los médicos ya no pueden realizar diagnósticos de cáncer porque no tienen los elementos necesarios, que vienen de fuera y no hay dinero para importarlos. Aunque Maduro no quiera escucharlo, el FMI sostiene que la situación de la quinta economía latinoamericana, rica en reservas de petróleo, es “insostenible”. Y solo han pasado seis meses desde que accedió al poder.
Un organismo para generar “Felicidad”
Con una situación así sorprende todavía más la última novedad gubernamental de Maduro, la creación de un viceministerio dedicado a generar la Suprema Felicidad del Pueblo de Venezuela.
Aunque resulta comprensible. Más allá de la filosofía que conlleva, el objetivo de ese organismo es centralizar la organización de las “misiones”. Se llama así a unos proyectos destinados, entre otras cosas, a alfabetizar a la población o garantizar atención médica a los más necesitados. Las “misiones” han constituido la espina dorsal del populismo chavista y han encauzado hacia su partido la mayoría de los sufragios.
Puede sonar a risa, pero indicadores de ese tipo son los que utilizan desde hace años países como Francia o Gran Bretaña y la OCDE para calibrar el bienestar de sus ciudadanos. Y ese bienestar, el del Welfare State de nuestros días, es al que Bolivar aludía en el siglo XIX al asegurar que “el sistema de gobierno más perfecto es el que procura la mayor suma de felicidad posible”.
Un camino hacia el caos
A Maduro, sin embargo, le falta mucho para convencer a los venezolanos de que será capaz de conseguirlo. Su estrategia consiste en denostar a los empresarios, a los que acusa de no dejarle gobernar. A primeros de octubre, en un gesto de los más sospechoso, pidió a la Asamblea “poderes especiales” en materia económica y de lucha contra la corrupción. Pero el tiempo pasa y el desabastecimiento continúa, con el consiguiente desgaste de popularidad.
El próximo 8 de diciembre se celebran elecciones municipales en Venezuela y para Maduro van a ser todo un plebiscito. Coincidiendo con las últimas elecciones que ganó Chávez, en octubre del año pasado, Maduro tuvo una nieta a la que sus padres pusieron de nombre Victoria. Lo más probable es que su próxima descendiente tenga que llamarse Desastre.