En el país más rico y poblado de África, un líder islamista amenaza con vender como esclavas a más de 200 jóvenes secuestradas en una escuela
El vídeo en el que el dirigente de Boko Haram anuncia que piensa vender a sus rehenes pone los pelos de punta a cualquiera. Nigeria no es Francia, por supuesto, ni sus niveles de seguridad son los mismos, pero llama la atención que eso ocurra en un país que produce mucho petróleo y que la semana próxima albergará el Foro Económico Mundial para África, una cita en la que dirigentes y empresarios de varios países se reúnen para analizar el crecimiento del continente.
Pues en el noroeste de ese país, de 170 millones de habitantes, un grupo de islamistas radicales lleva tiempo aterrorizando a sus habitantes con el terrible objetivo de acabar con la educación femenina. Así lo estipula el Islán, aseguran en su falso y extraño entendimiento de esa religión. Y puestos a usurpar, también aseguran que su credo les permite vender como esclavas a las mujeres capturadas durante la guerra santa, como se hacía en la Edad Media.
El gobierno nigeriano guardó silencio
Pero no solo pone los pelos de punta que haya ocurrido algo así, sino también el hecho de que el secuestro de cerca de 300 muchachas en edad escolar se produjera a mediados de abril y no se haya aireado hasta ahora, tres semanas después, cuando el líder islamista amenaza con venderlas y cuando algunas fuentes de la zona aseguran que incluso ya lo habría hecho, en los vecinos Chad o Camerún, al módico precio de 10 euros la pieza. Para comprar armas y, como el dirigente dice en el vídeo, “matar, matar, matar”.
Es obvio que el Gobierno nigeriano ha actuado tarde y mal, posiblemente por razones electorales. Lo justifica afirmando que ha hecho todo lo posible por liberar a las chicas, sin éxito hasta ahora, y que no conviene atizar los conflictos religiosos en un país que se divide por igual entre cristianos y musulmanes. Un país en el que ya se han producido choques sangrientos entre partidarios de unos y otros y en el que Boko Haram colocó un coche bomba la semana pasada con el resultado de una veintena de muertos. No es casualidad, por tanto, que la mayoría de las muchachas sean cristianas.
Ha pedido ayuda a EEUU y Reino Unido
Medio centenar de ellas pudieron escapar de los camiones en los que se las llevaban y tuvieron que caminar varios kilómetros por una densa zona selvática. Al menos dos murieron de picaduras de serpiente. Esto ocurre en un país que cada día extrae dos millones y medio de barriles de petróleo, parte de los cuales se los llevan compañías de países occidentales. A ellos, fundamentalmente Estados Unidos y Reino Unido, han pedido ayuda las autoridades nigerianas, pero más allá de lo que aparece en la prensa apenas se ha movido nada.
Nigeria no es el Congo belga del siglo XIX, escenario de múltiples atrocidades cometidas en nombre de una civilización que camuflaba inmensos intereses económicos en torno a la extracción del caucho (lo cuenta aterradoramente bien Mario Vargas Llosa en “El sueño del celta”). Es un país que atrae a inversores extranjeros y cuyo mercado de consumidores aumenta poco a poco, pero todavía hay aspectos que recuerdan la época de la colonización.
Un país rico con una población pobre
Aunque ahora todo es mucho más civilizado, un 70 por ciento de su población, más de cien millones de habitantes, siguen siendo pobres a pesar de haber generado mucha riqueza gracias al petróleo. Más de treinta millones se concentran en el delta del Niger y malviven junto a los pozos por los que se extrae el oro negro en una zona altamente contaminada.
En un informe publicado hace cuatro años, Amnistía Internacional denunciaba que las compañías petroleras, locales y extranjeras, se aprovechan de la falta de regulación y apenas ponen cuidado en no dañar el medio ambiente de un ecosistema único en el mundo.
Si esa situación debería llamar la atención de la comunidad internacional, el secuestro de más de doscientas niñas en edad escolar y la posibilidad de que unos desalmados las vendan como esclavas debería tener mucho más eco. Los nigerianos de Londres, Nueva York y Washington han protagonizado diversas manifestaciones, pero no parece suficiente.