Atravieso la canícula manchega entre lecturas, y una de ellas me traslada al Perú de los años 80, a los Andes, donde el grupo maoísta Sendero Luminoso desplegaba un odio ancestral contra quienes consideraba culpables de la paupérrima situación del país. Solía ser así: un grupo de activistas, mal armado y peor ataviado, llegaba a una localidad, detenía a todo el mundo, efectuaba juicios sumarios y ejecutaba de manera extremadamente cruel, a pedradas incluso, a quienes tenían alguna relación con el Estado.
El cabo Lituma es un Guardia Civil (así se llama también en Perú) destinado en un puesto olvidado de los Andes. Allí pasa el tiempo, atemorizado ante la posibilidad de ser asesinado mientras investiga la desaparición de tres vecinos. Finalmente descubre que no han sido víctimas del grupo terrorista sino de algo aún peor, el oscurantismo y la incultura de una sociedad que aun cree en espíritus y demonios a los que se debe satisfacer con sacrificios humanos.
Mario Vargas Llosa conoce bien su país el Perú e, incansable viajero, también la Palestina de los terroristas suicidas y el muro separador (“Israel, Palestina, Paz o Guerra Santa”, 2006). En un artículo aparecido este fin de semana comenta lo que está sucediendo en Gaza y asegura que Israel, cuyo derecho a la existencia siempre ha defendido, está pasando de “país víctima a país victimario”.
Recuerda el premio Nobel que Israel impuso sobre la franja en 2006 un bloqueo por tierra, mar y aire que somete a sus ciudadanos a una lenta asfixia, privándoles cada día de las más elementales condiciones de supervivencia. Y concluye que, aunque gane todas las guerras, “Israel es cada vez más débil, porque ha perdido toda aquella credencial de país heroico y democrático, que convirtió los desiertos en vergeles y fue capaz de asimilar en un sistema libre y multicultural a gentes venidas de todas las regiones, lenguas y costumbres, y asumido cada vez más la imagen de un Estado dominador y prepotente, colonialista, insensible a las exhortaciones y llamados de las organizaciones internacionales y confiado sólo en el apoyo automático de los Estados Unidos y en su propia potencia militar”
Su cabo Lituma de hoy se llamaría probablemente Samuel y sería un soldado israelí destinado en un puesto fronterizo que espera el fin de esta guerra pensando ya en la próxima y opinando, igual que la autoridad a la que sirve, que la situación en Gaza no tiene arreglo porque allí solo viven árabes que únicamente piensan en matar israelíes. Sin ningún sentido de culpa, por supuesto, sobre lo que está ocurriendo al otro lado del muro. El mismo oscurantismo que asoló el Perú a finales del siglo pasado, con el agravante de que en Oriente Próximo todo va continuamente a peor.