Si se analiza la cotización de Endesa en las dos últimas semanas será imposible llegar a la conclusión de que la bolsa española vivió -como el resto de los mercados mundiales- la semana pasada un auténtico tsunami que se llevó el 7% del valor del Ibex en los dos últimos días. La acción del grupo energético se ha movido con una estabilidad envidiable, entre los 29 y los 30 euros, y cotiza claramente por encima de los niveles a los que empezó la caída.
Y es que no hay nada como un buen manguerazo de liquidez para convertir una compañía en una fortaleza inexpugnable. Y, en ese apartado, Endesa no tiene competidores. El pago de los 8.252 millones de euros de la venta de los activos de la compañía en Latinoamérica en concepto de dividendo, a los que se suman otros 6.348 en concepto de abono extraordinario, han puesto a todos los accionistas de acuerdo.
No venden acciones, baten récords históricos de asistencia a la junta general de accionistas (acudió la friolera del 94,88% del capital) y todo eran sonrisas a pesar de que, en la práctica, se estaba dando carta blanca al vaciamiento de la filial española de la italiana Enel. Apenas cuatro accionistas minoritarios le reprocharon al presidente Borja Prado una decisión cuanto menos polémica.
Fueron gotas en un mar de sonrisas, de felicidad no dismuluda por la lluvia de euros que vía dividendo va a entrar en el bolsillo de los inversores. Nunca inversores particulares e institucionales han estado tan de acuerdo. Al fin y al cabo sólo son inversores. Los sentimientos no cuentan si el amigo italiano se pone generoso. Muy generoso.