Me cuenta un amigo que su hijo, que trabaja en una multinacional muy importante y conocida, ha estado unos días en una convención de la empresa en Nueva York. Se han reunido algo más de 300 empleados de diferentes continentes, y tienen la costumbre de empezar con algún juego para facilitar el acercamiento. Entonces se trata de que cada uno cuente tres datos de su vida y que uno de los datos sea mentira. De los 300 asistentes, 250 eran de occidente y los restantes asiáticos, en su mayoría de India.
El hijo de mi amigo puso como tres sucesos, que había formado parte en una olimpiada, en el equipo de waterpolo; luego, que veraneaba en África; y que tenía tres hijos. Se leían las respuestas en público, viendo los que habían acertado con la mentira de cada cual. Todos los occidentales pensaron que tener tres hijos era la mentira; mientras que ninguno de los asiáticos sospechó que tener tres hijos era inverosímil. ¿Representa esto un estado de conciencia occidental? ¿Occidente está renunciando gravemente a su futuro?
El presidente del Consejo para la Familia, monseñor Paglia alertó hace poco sobre “una sociedad desfamiliarizada en la que cualquier relación estable se ve como imposible”. Esto desemboca en una “crisis de la cultura de la familia” en el que “se interrumpe por primera vez el nexo matrimonio-vida-familia.”
Un ejemplo sencillo y lleno de actualidad podría añadirse, para colocar el compromiso en una perspectiva que lo ilumine mejor. Cuando, después de dudas y vacilaciones, se dice a un jugador de fútbol que queda libre, es, casi siempre, para él una mala noticia; no se cuenta con él y tendrá que acudir a representantes que le busquen el modo de establecer su vínculo, sin el que su vida no podría realizarse. Hay hombres para los cuales una vida no comprometida ha arruinado lo mejor de sí mismos.
O como dijo G. K. Chesterton: “Soy partidario del matrimonio indisoluble, porque soy un entusiasta jugador de póker.” ¿Qué pasaría si en una partida y para evitar que alguien pierda una suma imprevista se añadiera, precavidamente: “Al terminar la partida, los que hubieran perdido recuperarán su dinero?” Pasaría que se había terminado el póker. La naturaleza de alguna de las vocaciones más apasionantes de la vida incluye un riesgo, y aceptar el riesgo, hasta sus últimas consecuencias, nos lleva a contemplar toda la grandeza, seriedad y calado de la vida del hombre libre, porque el compromiso no siempre es una cadena, sino en muchas ocasiones un camino hermoso en el que el hombre lucha por entero y con lo mejor de sí mismo.
A la melodía insistente de los derechos humanos habría que unir otra que convoque para escuchar los “deberes humanos” para que los derechos no se queden en una música retórica y vacía.