En la piel hay una serie de receptores que son capaces de recoger información muy precisa sobre una serie de estímulos: presión y temperatura son los más fáciles de entender.
En función de la presión que se ejerce sobre estos receptores, se genera una cantidad de estímulo proporcional que se envía al cerebro. De forma muy resumida se puede explicar diciendo que el receptor es capaz de transformar la presión que recibe en un estímulo eléctrico que transmite al cerebro. A nivel cerebral se interpreta la cantidad de presión que está recibiendo ese receptor y se responde en consecuencia.
El cerebro no sólo interpreta la información de un receptor, sino de miles de ellos, de forma tal que es capaz de saber en que extensión de piel está apareciendo esa presión y en que parte hay más y en que parte hay menos presión.
En el caso de un martillazo lo que ocurre es que la cantidad de estímulo que llega al cerebro es mucho y éste lo entiende como una agresión que puede dañar los tejidos en caso de repetirse, por eso genera una respuesta involuntaria de retirada de la mano protegiendo de esta forma el dedo.
Estos reflejos involuntarios se pueden controlar de forma voluntaria. En una situación en la que el individuo quiere lesionarse, el pensamiento voluntario se superpone al involuntario y el dedo no se retira aunque el individuo lo golpee varias veces.