La joven microbióloga y diseñadora de moda alemana convierte la leche en un tejido parecido a la seda. Esta idea comenzó para ayudar a su padrastro, al que diagnosticaron leucemia, y al cual, toda la ropa le reaccionaba en la piel por el deterioro de su sistema inmune.
“No podía encontrar nada con qué vestirse porque tenía un sistema inmune tan bajo que su piel reaccionaba a todo”, dice Domaske desde Qmilk, su fábrica de Hannover, Alemania.
Este eco-descubrimiento puede crear una gran oportunidad para los agricultores y fabricantes de telas de todo el mundo. En la actualidad Anke trabaja con cerca de 20 agricultores de su país.
Uno de estos agricultores es Bernd Pils, que tiene más de 120 vacas lecheras en su finca a unos 100 kilómetros de Hannover. El hombre explica que no puede vender la leche cuando sus vacas están alimentando a sus becerros o están enfermas y están tomando medicamentos. Asique, ahora la vende a Qmilk.
La mayoría de las telas que se fabrican, según la WWF (antes conocida como Fondo Mundial para la Naturaleza), contienen productos químicos.
Técnicas antiguas, telas modernas
Domaske, de 35 años, empezó a experimentar utilizando una técnica del año 1930, donde la caseína de la leche se convierte en fibra.
“Al final probamos más de 3.000 fórmulas. Quería un proceso natural con poca agua, sin productos químicos y con la leche residual disponible en Alemania”, dice.
Este proceso está siendo patentado, pero tiene un diseño sencillo. Cuando la leche se agria, se seca y se acaba convirtiendo en polvo de proteína que se mezcla con agua e ingredientes naturales. Esta mezcla forma una sustancia esponjosa como algodón y de ahí se saca los hilos para crear la tela. La empresa Qmilk, usa unas 1000 toneladas de leche residual cada año, que paga a cuatro centavos por litro.
Los que la han probado afirman que la tela fabricada es buena en la lucha contra las bacterias, suave al tacto, biodegradable y lavable a máquina, dando frescura en verano y calor en invierno.